#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 24)


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Capítulo 24 – Entre dos aguas

Simon Baker

Calor, fuego y magma volcánica en las entrañas era lo que de pronto había sustituido el resto de sensaciones. No es que no supiera que podía pasar, teniendo en cuenta las idas y vueltas que estaba dando no era de extrañar que en uno de esos acercamientos acabaran así. En cualquier caso, no por ello fue menos excitante. El sabor de los labios de Ruth era algo a que no se veía capaz de resistirse, de ahí que, tras hacer un tonto asentimiento de cabeza, cuando ella pronunció aquel nuevo nombre, le devolviera el beso con ansia. Fue un instinto superior a todo lo demás.

Durante minutos que le supieron a poco se dedicó a recorrer con la lengua el interior de la boca de la más joven de las Derfain, deleitándose con cada roce, dejándose llevar. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan vivo y, por eso, decidió que ya no quería pensar; estaba harto de ser tan reflexivo y de darle mil vueltas a las cosas; no, si ella estaba implicada, no podía. Por eso cuando Ruth detuvo el contacto para rematarlo con un mordisco en el labio inferior, sintió que todo aquello se le escapaba de las manos, que habían cruzado una línea que era imposible dejar atrás.

La vio separarse de él y mirar directamente hasta el mar, desde donde le hablaba. Y esta vez, fue como si sus palabras, no muy diferentes de ningunas de las que había pronunciado con anterioridad, borraran todas sus dudas de un plumazo. La había visto sufrir por él, era consciente de que lo había hecho desde que supo lo que realmente había ocurrido y, también, de cuánto podía equivocarse una persona, por muy buena que fuese. Cuando se levantó del vehículo, dejándolo cerrado, con los cascos a buen recaudo y las llaves en el bolsillo, ya había tomado su decisión.

Ni siquiera sentía el deseo de fumar, la realidad era tan intensa que el humo del tabaco lo distraería. Caminó despacio, como si cualquier sonido pudiera romper aquel momento. Dejó escapar el aire que sin darse cuenta había estado reteniendo y su mano atrapó la de ella, –¿cuántas veces iban a lo largo de la noche, era la tercera o tal vez la cuarta? –. Esta vez esperó que ella no dijese nada más, no quería escuchar –¿estaba loco, era un idiota redomado? –. La verdad es que no quería saberlo. De ahí, que de una patada sus dos mundos internos salieron volando y finalmente se formase un nuevo núcleo, alguien que ni era quien había sido en Tribec ni quien había pretendido ser en Australia.

Cuando sus manos finalmente rodearon su cintura y la atrajo hacía sí, el corazón le latía desbocado y como no quería que hubiera malentendidos la abrazó con todas sus fuerzas, aspirando el aroma de su cabello, perdiéndose en su piel y recordando que, aunque habían sido años duros, a veces había que mirar hacia delante.

—No me vuelvas a dejar —le advirtió, antes de separarse de ella para observarla y esbozar la sonrisa más auténtica de la noche. Que sus labios se encontrasen tras aquella declaración no era sorprendente, aunque quizás sí lo fue que la contención de Akhen Marquath se partiera y sus manos empezaran a recorrerla de arriba a abajo sin pedir permiso:

«Dioses, cuánto te he echado de menos…»

* * *

Si aquella mañana, antes de saludarlo por primera vez, alguien le hubiese jurado a Ruth que las cosas iban a terminar así, le hubiese aconsejado que se lo hiciese mirar urgentemente. Pero ahora, en aquella playa solitaria, rodeada por sus brazos y con su boca sobre la de ella, su parte racional había terminado por tirar la toalla y retirarse del combate. Momento en el que las reflexiones y las dudas se terminaron.

—Nunca… —su voz era una mezcla de susurro y gemido de deseo cuando respondió a su petición, entre beso y beso—. Nunca…

Y, mientras sus labios recorrían los de ella y sus manos exploraban su cuerpo como siempre había soñado que harían, su cabeza fantaseaba sin apenas pretenderlo con qué sucedería si no estuviesen en aquel lugar, sino en otro mucho más privado, frente a frente y sin nada que ocultase sus faltas y defectos.

No obstante, sentía que no podría cumplir del todo su promesa cuando una voz insidiosa le recordó que, al día siguiente, tenía que volver a Sídney. Al que había sido su mundo durante aquellos tres años. Por ello, cuando sintió que podía tener un instante para respirar, la joven se retiró suavemente y apoyó la cabeza contra su hombro, algo mareada.

—Tengo una mala noticia y una buena —bromeó—. La mala es que, mañana por la mañana, debería volver a Sídney —necesitaba el trabajo y dejar de depender de Marianne, a pesar de cuánto la quería. Necesitaba tener su vida bajo control. Y, sin embargo, sentía que solo había una manera de hacerlo. «¿O quizá no.…? ¿Podía ser compatible…?» No estaba segura de que fuese el momento de hablarlo, ni dar el paso; pero sabía que, si él se lo permitía, lo haría. En cambio, alzó la vista despacio hacia él y completó, mientras le acariciaba la barbilla con ternura como un reflejo—. La buena es que casi vas a escuchar mi mente, a pesar de los kilómetros, de todo lo que voy a pensar en ti hasta que nos volvamos a ver.

Menuda ironía acabar en el mismo país y en puntos opuestos del mismo, pensó mientras volvía a apoyar la cabeza en su pecho. Aunque no era el mayor de los problemas que habían tenido, ni mucho menos; sabía que los días se le harían eternos hasta volverlo a ver.

«¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?»

No quería tener que separarse de él, ni ahora ni nunca. Pero, por lo visto, solo podían tener paciencia al respecto. La confianza en Akhen, por parte de Ruth, era ciega.

—Dioses, te quiero tanto… —susurró contra su cuello—. Y yo tampoco quiero volver a perderte nunca más.

* * *

Un cliché, decir que el tiempo se detuvo mientras se besaban y se hacían confidencias lo habría sido, pero no sería tampoco faltar a la verdad. Porque de pronto, aquella dolorosa marca que se había instalado en el interior de Akhen desapareció, como si algún restaurador experto la hubiera borrado, volviendo a dejar su alma intacta. Cuando la chica se dejó caer contra su pecho la apretó con fuerza, temiendo que fuera a convertirse en aire entre sus manos. Si Ruth desaparecía no podría superarlo, no esta vez. Lo sabía y estaba poniendo, nuevamente, toda su vida en sus manos.

Sabía que nada era perfecto, sabía que él tenía muchísimas imperfecciones, algunas que podían verse y otras que solo aparecían de ver en cuando; pero solo quería que aquel momento no tuviera pegas. No deseaba que se lo enturbiaran señalando que aquello era temporal y que la mujer a la que amaba se volvería a ir de su lado. Frunció los labios, aunque en principio no dijo nada; se contuvo con escucharla, mirarla y prestarle toda su atención. Que no dejase de sonreír era un efecto secundario de todo aquello que no paraba de aflorar desde su anterior hacia fuera. Se sentía como un colegial enamorado y aunque debería ser perturbador, estaba encantado con ello.

—Yo también te quiero —había dejado claro que no había dejado de hacerlo; pero, desde que se reencontraron, no lo había dicho de un modo tan directo. De ahí que cierta turbación se apoderase de él, aunque la descartó de un plumazo y repitió aquellas palabras, cada vez más cómodo con ellas—, te quiero, te quiero, te quiero —para dar énfasis a aquel corazón desbocado y a aquellos sentimientos, que desdibujaban casi todo lo demás la besó en los labios, lenta y cuidadosamente, como si lo que de verdad deseara fuera tatuarse en su boca la de Ruth. Para siempre.

Cuando se separó de ella, notaba como su pecho estaba a punto de estallar. No podría resistir estar separado de ella, lo sabía. Pero tampoco podía obligarla a que se quedara, a no ser que…La idea llegó rápida, como un torbellino, como una marejada que de pronto se colocaba en lo más profundo de su ser y parecía susurrarle al oído. Alejó aquella locura de sí porque aquello era demasiado precipitado, pero sí que le sirvió para llegar a una conclusión que probablemente sería satisfactoria para los dos

—¿Por qué no te vienes a vivir conmigo? —susurró contra su oído, pues había vuelto a rodearla con los brazos y a mantenerla bien cerca de él—. Aquí también hay hospitales —ahora sus manos habían caído a ambos lados de su rostro, mirándola con toda la intensidad que tenía dentro de sí— y no quiero que te vayas. No podría soportarlo otra vez.

* * *

A pesar de que era lo que había deseado con todas sus fuerzas unos segundos antes, y añadiendo que Ruth no había querido dar el paso para no asustarlo –aparte de para no meterse en su vida, porque sí. El amor podía con muchas cosas, pero también había límites que su cortesía, aprendida durante tantos años, no le permitía hacer–, su proposición se coló por sus oídos como música celestial, que hizo que todo su cuerpo se estremeciese. Había otra opción que podía haber planteado, y lo sabía, pero Ruth también era consciente de lo aterrada que aún estaba ante aquella palabra. Tantos años de insistencia por parte de sus padres habían hecho que el matrimonio, para ella, fuese una palabra poco menos que aterradora. Pero en el mundo que ahora compartían Akhen y Ruth, o Alex y Rose, tanto daba: aquellas imposiciones no existían. Dos personas podían convivir juntas sin que nadie las mirase por encima del hombro.

Además, la emocionó especialmente el hecho que él valorase la posibilidad de que ella trabajase. En el mundo del que procedían, muchas mujeres todavía vivían al servicio de sus maridos y Ruth se alegró sobremanera de que él no pensara así. Pero, ¿acaso se le podía cruzar por la cabeza semejante idea? Aquel era Akhen, su amor, el hombre más maravilloso al que había conocido y el único que había logrado alcanzar su corazón, prácticamente sin esfuerzo.

Por ello, cuando terminó de hablar y la miró con aquellos iris zafiro en los que ahora relumbraba la luna, Ruth no pudo evitar emocionarse. Y a la vez que la primera lágrima caía por su mejilla hasta diluirse en la sonrisa más amplia y sincera que había mostrado en mucho tiempo, asintió:

—Sí —la joven no sabía si reír, llorar, o hacer ambas cosas a la vez. Quizá así era como se sentía una felicidad plena. Para evitar que él siguiera viendo aquel espectáculo, añadido el hecho de que su conjuro de camuflaje facial se había ido desvaneciendo lentamente, Ruth se apresuró a besarlo repetidamente mientras reiteraba su respuesta—. Sí. Sí. ¡Sí!

La última afirmación la hizo casi gritando, con los brazos rodeando su cuello. Con tan mala suerte que aquello los desequilibró a ambos sobre la arena. Sin embargo, la consistencia de la misma hizo que cayeran en blando y, a Ruth, le dio tal ataque de risa que tuvo que refugiarse en el hombro de él hasta que se le pasó. No podía creer que aquello estuviese sucediendo de verdad. Cierto que al día siguiente tendría que explicarle a Marianne que ya no volvería con ella, y después vendría todo el tema de la mudanza y mil cosas más, aparte de que tendría que buscar trabajo. Pero todo aquello, en aquel preciso instante, se le antojaba tan fácil como chasquear los dedos.

Cuando Ruth se tranquilizó por fin, ambos tendidos en la arena, volvió a besar a Akhen con dulzura y sin prisa.

—Te amo —murmuró cuando se separaron—. Y quiero estar contigo, para siempre, pase lo que pase. No lo dudes.

Le acarició la barbilla con una mano mientras la otra tomaba la de él y la depositaba sobre su corazón. Aquello que iba a hacer podía ser un efecto secundario de muchas cosas que habían sucedido aquel día, pero no por ello era más sincero. Y sabía que, aunque para los humanos fuese una estupidez, para muchos magos tenía casi más valor que el mismo matrimonio.

—Aquí y ahora, yo, Ruth Derfain, te hago a ti, Akhen Marquath… una promesa de amor eterno.


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