#SpinOffSunday: Akhen y Ruth – Una historia agridulce (Capítulo 18)


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Capítulo 18 – Un escondite paradisiaco

Simon Baker

—Es un lugar bonito —manifestó, encogiéndose de hombros como si aquello pudiera explicar esa fascinación que sentía por aquel lugar. Le parecía hermoso, lleno de misterio, era una especie de amor incondicional, como si la guapa Hija de Júpiter también hubiera sido sustituida en su corazón por aquel trozo de paraíso. Negó con la cabeza, sopesando la idea que se le había ocurrido antes, pensando cómo insertarla en aquel contexto en concreto. En realidad, le parecía una maldad innecesaria, pero no estaba siendo ni por asomo tan maleducado como esperaba ser. Frialdad, ante todo, no era un lema que le pegase mucho, pero de él había hecho su sayo y a él se aferraba con todas sus fuerzas, aunque el colgante no hacía más que llamar su atención. Ella lo llevaba puesto cuando…—. Así que tardaste un año en descubrir que yo no había tenido nada que ver con la recompensa que pedían por ti —maldición, su lengua estaba siendo más rápida que su pensamiento y eso no era normal en él, pero el dichoso dije le había recordado tantas cosas que la escarcha que cubría su rostro empezaba a descongelarse, siendo sustituida por ira líquida—. ¿Te hicieron falta pruebas para exonerarme? Porque bien pocas necesitaste para decidir mi condena. Dioses —hundió el puño en la arena y soltó una amarga carcajada, ya no había vuelta atrás y él lo sabía—. Un año, Ruth; un año pensando que yo había hecho aquello. Durante un año pensaste que yo había sido capaz de algo así, un año odiándome…

* * *

Su última acusación, aunque fuese la cruda realidad, Ruth la acusó con toda la ira que impregnaba aquellas palabras. Escondiendo las manos en el regazo, apretó los puños, tratando por todos los medios de no perder la compostura. Sí, se había comportado como una completa tarada y saber, tras aquel trágico suceso que la hizo volver a Ávalon, que su padre y el de él habían tejido una tela mucho más intensa de lo que aquel cartel pretendía demostrar, solo había conseguido que, en aquellos dos años, por las noches, cuando por fin dejaba de estudiar y caía en su cama, Ruth tardase horas en dormirse a causa del llanto.

«Estúpida…»

¿Cuántas veces a lo largo de aquel tiempo se lo había repetido, igual que si aquel adjetivo fuese un muro de hormigón contra el que golpearse la cabeza, como si aquello aliviase su dolor? Había actuado mal, le había podido el terror de sentirse perseguida y engañada, como si detrás de cada esquina en Puerto Calea fuese a asomarse un espía de su padre y a llevarla a rastras ante él, obligándola a casarse por la fuerza. ¿No se suponía que el matrimonio entre los magos era una declaración de amor y no una obligación ni un contrato vinculante?

Ruth sacudió la cabeza. ¿Qué más daba todo aquello? Le dijese lo que le dijese, ahora estaba casi segura de que Akhen no la perdonaría jamás y que estaba haciendo el ridículo más espantoso de su vida. Y, sin embargo, no fue capaz de levantarse e irse. Algo en su interior la impelía a continuar. Pasara lo que pasase.

—Si no quieres perdonarme lo entiendo —la voz de Ruth se quebró un instante sin que pudiera evitarlo y se obligó a respirar hondo; fundamentalmente, para seguir manteniendo a raya las lágrimas de dolor y vergüenza que amenazaban con desbordar sus párpados. Solo le faltaba eso para parecer la criatura más patética del planeta—. Y creo que yo también hubiese reaccionado así si alguien me hubiese hecho lo que yo te hice —había pensado cada día de su vida en él desde que se separaron, pero sabía que sonaría a excusa pobre el hecho de decírselo. Aun así, había algo que sí que quería que supiese y que le quemaba en el alma, haciendo que el esfuerzo para no derrumbarse tuviese que redoblarlo. Algo que, por desgracia, no consiguió del todo—. Y, ¿sabes lo peor de todo? De lo que más me arrepiento es de no haberte dicho cuanto te amaba la noche que te entregué toda mi vida –sollozó sin quererlo—. Y maldita sea ¡porque lo sigo haciendo! Y no he dejado de hacerlo desde el día en que te perdí por mi estupidez y mi maldito orgullo. ¡Lo siento! ¿De acuerdo?

Sus últimas dos frases fueron casi un grito desesperado y, además, en aquel momento no pudo reprimir por más tiempo el llanto y apartó la vista, a la vez que se levantaba y le daba la espalda. Debería haberse ido y lo sabía. Estaba montando una escena. Pero sus pies se negaron a ir más allá, mientras sus ojos desbordaban todos los remordimientos que llevaban consumiéndola tanto tiempo.

—Sé que pensarás que te digo esto como una treta para recuperarte a toda costa o algo similar, pero te juro que soy sincera y que no busco tu compasión —agregó entonces Ruth—. Tan solo necesitaba limpiar mi conciencia. He estado dos años buscándote para decírtelo y, ahora, en tu mano está creerme o no.

* * *

Podía llegar a esperar muchas cosas de aquel encuentro: que ella saliera corriendo, que le partiera la cara por su falta de tacto, que lo insultara e incluso que no dijera nada. Lo que de verdad nunca habría llegado a esperar fue aquella confesión. Acababa de decir que estaba enamorada de él, que lo había estado tres años atrás y que lo seguía estando. Luego se había levantado porque había empezado a llorar y, vuelta de espaldas, le había confesado también que había estado dos años intentando dar con él. Por un segundo, y mientras ella soltaba todo lo que se la pasaba por la cabeza, Akhen se quedó mudo, mirándola con los ojos abiertos como platos y dejándola hacer a su antojo.

Cuando lo único que se escuchaba en la playa era el sonido de las olas acompañado por los intermitentes sollozos de Ruth sintió un placentero nudo en estómago. No era la primera vez que una chica le confesaba sus sentimientos, pero que lo hiciera la más pequeña de las Derfain era algo nuevo para él. Habían pasado tres años y había vestido sus sentimientos de capas de hielo y arrogancia; pero, si escarbaba un poco, se daba perfecta cuenta de que seguían allí, sepultados pero intactos. No era algo que le gustase descubrir y el hecho de sentirse bien con ello era incluso peor. Aunque no pensaba ser tan estúpido de dejarse llevar, se lo había prometido a sí mismo. Antes tenía que hacer unas comprobaciones.

Entrecerró los ojos y los clavó en la espalda de Ruth, dispuesto a descomponer todas sus barreras mentales, pero no fue necesario, porque el llanto y el nerviosismo habían dado buena cuenta de ellas, que parecían caer desparramadas a sus pies. Tanto mejor, pensó y comenzó el análisis, que entre otras cosas le reveló que aquello que decía la chica era cierto: que lo amaba y que se sentía terriblemente mal por haberle hecho tanto daño. Noches en vela, estudios y remordimientos, eso vio cuando miró en su mente. Aunque no solo eso, porque había algo más aparte del dolor de haberle roto el corazón a él. Pudo ver una escena que no esperaba ver: un cortejo fúnebre, el patriarca de los Derfain totalmente destrozado y Ruth y Morgana juntas, con el rostro descompuesto.

«Su madre ha muerto», se dio cuenta entonces.

A continuación, sondeó otro hecho importante para Ruth: su padre le había acabado contando que Akhen nada había tenido que ver con la recompensa. La ira de la chica habría sido una recompensa, de no haber sido por el fallecimiento de su madre.

Negó con la cabeza y sintió la necesidad de levantarse también. Caminó despacio sobre la arena y, cuando estuvo a dos pasos de la muchacha, dudó. Pero toda la tristeza que había leído en los recuerdos de la muchacha le hizo dejar de hacerlo y la rodeó con los brazos, desde atrás, para mandarle un mensaje mental en el que le transmitía sus condolencias por la muerte de la señora de Ávalon.

La estrechó un poco más contra su pecho y le susurró al oído, intentando no comprometerse, al menos de momento:

—Te sigue quedando perfecto ese colgante.

* * *

Si hubiese tenido que describir su vergüenza en ese instante en una escala del uno al diez, Ruth sospechaba que este último grado se hubiese quedado muy, pero que muy corto. ¿Qué hacía allí realmente? ¿Qué pretendía, confesándole que lo amaba con locura y desesperación, que no quería que se fuese de su vida? Cierto que, a partir de su solitaria marcha a la Tierra, la princesa desterrada había tratado de paliar su exilio manteniendo correspondencia regular con su hermana en secreto.

Al menos, hasta que su madre murió y su padre optó por dejarla en paz definitivamente, momento en el que empezaron a utilizar espejos de comunicación. Abandonada su verdadera familia, Marianne y después Carey se habían convertido en su tabla de salvación. Pero siempre había sabido que, de no haber sido por aquel estúpido error, esa tabla hubiese sido otra totalmente diferente.

Sin embargo, en el momento en que sus brazos la rodearon, todo pensamiento se interrumpió en la cabeza de la joven, dando lugar a una curiosamente placentera confusión.

«¿Después de comportarse como un maldito témpano de hielo parlante, ahora me abraza?»

El llanto casi se cortó de golpe, aunque las lágrimas siguieron corriendo por su rostro sin que pudiese evitarlo. ¿Sería posible que aquella confesión…? Ruth meneó la cabeza.

«No seas idiota. Probablemente tendrá alguien en su vida que ya le haga feliz de verdad».

Aquella reflexión no era alentadora y no tenía mucho fundamento, considerando que estaba solo, al amanecer, sentado en la playa; pero sentir de nuevo la cercanía de su cuerpo hacía que este reaccionara, como hacía tiempo que no lo hacía, y la joven no fuese capaz de pensar con claridad. Cierto que no había sido la perfecta imagen de la castidad aquellos años, algún escarceo había tenido, aunque sin llegar nunca al “asunto”; pero volver a sentir aquello solo la confundió más aún.

El instante en que él envió un pensamiento dándole el pésame por la muerte de su madre le hizo fruncir el ceño.

«¿Cómo narices…?» Pero enseguida cayó en la cuenta. Sus barreras apenas eran una sombra de aquella fortaleza que había construido con tanto tesón durante los últimos tres años. «Ruth…», se recriminó suavemente dentro de su cabeza. Y, aun así, por algún motivo no era capaz de volverse y echárselo en cara. Un instante después, descubrió que en realidad no le importaba en absoluto que volviese a escuchar su mente y, de hecho, lo prefería. Tenía la sensación de que así era como debía ser. Y no obstante…

—Gracias —musitó Ruth, con media sonrisa, cuando él alabó cómo le sentaba el colgante. Acto seguido, sus dedos se enlazaron lentamente con los de él, casi con cuidado infinito por cómo pudiese responder él a aquel gesto. Después, la joven se apartó y se volvió hacia Akhen—. Pero, igualmente, si no quieres volver a saber nada de mí lo entenderé. No me lo he ganado, precisamente…

«Y lo encajaré como pueda», pensó con amargura, sin poder evitarlo.

Sin embargo, otro pensamiento reptó de inmediato detrás de esa afirmación y, a pesar de que Ruth no se atrevía a manifestarlo en voz alta y trató de retenerlo con sus maltrechas barreras por considerarlo demasiado ñoño y hasta inapropiado, un segundo después estaba segura de que lo había escuchado.

«Aunque… considerando que tú eres uno de los pocos que me conoce como realmente soy, me gustaría que volvieses a formar parte de mi vida».

Estupendo, acababa de lucirse del todo. Con la cabeza gacha y algo vuelta hacia el mar, Ruth aguardó su respuesta con la tensión impregnando cada fibra de su ser.


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